Isabel Allende aterrizaba en el mundo literario en 1982 con una novela ambiciosa que conquistó a todos, crítica y público. Y no es para menos. En ella, hace un repaso a la historia de la familia Trueba, desde Esteban hasta la pequeña Alba. Es una historia personal llena de realismo mágico, en la que se ahonda en los pequeños dramas familiares, en sus amores y en sus odios. Pero Allende no se queda ahí, puesto que La casa de los espíritus es, además, un repaso por la Historia de Chile, desde principios del siglo XX hasta el golpe de Estado de 1973 en el que Pinochet se alzó con el poder. Todo, sin nombrar nunca el país y casi a ningún personaje veraz. Pero no hace falta, las descripciones son tan certeras y el momento histórico tan bien documentado que es fácil reconocerlo.
He de decir que la novela me ha encantado, y que su principal valía es la fuerza de sus personajes. Dos son los principales, los ejes de una familia: Clara, la clarividente, y Esteban Trueba, el patriarca. Ambos forman un matrimonio nada convencional, en el que el amor es unilateral (de él hacia ella), el respeto tiene sus altos y sus bajos, y el cariño perdura siempre, más allá de la vida. Clara es un personaje fascinante, con una evolución palpable. La primera vez que aparece en la novela tiene seis años, y la acompañamos en su crecimiento como mujer, vemos cómo se conforma su carácter, como madura. La vemos luminosa y apacible en su juventud, firme e idealista en la edad adulta, y apacible en la madurez. Clara, aunque en cierto momento de la momento de la novela fallece -que os cuente este dato no es nada trascendental, os lo aseguro- sigue presente como un espíritu que vela por los suyos.
Esteban Trueba es casi un antagonista, un personaje duro, soez a veces, con un carácter terrible, y tan extremadamente conservador (me permitís decir fascista, por favor) que llega a provocar la risa su empecinamiento y su estupidez. Más papista que el Papa. Un despótico patriarca que no tiene miramientos en violar o agredir a la gente que vive en sus tierras. En ocasiones, Allende le convierte en narrador y, en esos momentos, apreciamos entonces la humanidad oculta bajo un caparazón de rabia y fuertes convicciones, que incluso hace que te compadezcas de él y lo perdones. Me parece todo un acierto la forma y la fuerza con la que le insufla vida a este personaje la escritora.
Tras ellos dos, desfilan muchos personajes más, algunos realmente maravillosos y todos, absolutamente todos, perfectamente dibujados, con caracteres muy dispares, pero encajando en el árbol de la familia Trueba de alguna manera, enredando las raíces de esta historia dramática y mágica a partes iguales: la tía Férula, rotunda e infeliz, Blanca, la primogénita del matrimonio Trueba, que luchó por un amor imposible toda su vida, que no se dejó mermar por los gritos de su padre ni por los desprecios de un marido homosexual, los mellizos Jaime y Nicolás, tan distintos por dentro y por fuera, Pedro Tercero, al que se le fue la vida por andar metido siempre en política, dándole a ésta más importancia que al amor que le invadió desde niño el cuerpo, o la pequeña Alba, hija de Blanca, que crecerá y será la única que comprenderá e intentará amar a su abuelo Esteban.
Algunos dicen que es una novela de mujeres, pero no lo creo, Allende equilibra los personajes con un pulso firme y esta novela no entiende de géneros, ni femenino ni masculino, sino que profundiza en ideas, en superaciones, en identidades durante una época en la que en, en Sudamérica, el mundo parecía todavía muy nuevo en comparación con la vieja Europa. Sudamérica, Chile en este caso, con su caos, con su olor a tierra mojada y sus terremotos, con ganas de avanzar y sus esfuerzos por un nuevo orden, que mezcla el más acá con el más allá de una manera natural. Eso sí, las mujeres no están sometidas, sino que sus ideales y su dignidad no se verán mermados por los designios masculinos, ni con palabras ni con la fuerza bruta, como cuando Esteban abofetea a Clara y le rompe los dientes, y ella no le vuelve a dirigir la palabra en toda su vida.
El estilo de Allende es limpio, no perfecto, pero posee la sinceridad de las primeras novelas, el arrojo de las palabras escritas sin miedo. Me ha costado mucho leer la novela porque la edición que tengo en casa es del Círculo de lectores de principios de los años noventa y la letra es excesivamente pequeña y sin márgenes, una lástima, porque con una edición más adecuada, la lectura hubiera sido perfecta. Con todo, creo que La casa de los espíritus es una novela imprescindible, un importante documento histórico para acercarnos al Chile del siglo XX, a sus gentes, a sus sueños, a sus amores rotos, a sus dramas y, sobre todo, a su magia.
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