Farid Fatmi, el triunfo de transmitir la realidad delante y detrás de la cámara
Después de una dilatada trayectoria como actor, el marroquí Farid Fatmi acaba de ponerse detrás de la cámara para dirigir el que es su segundo cortometraje, Yo no soy yo.
Recibe a Sí en su casa, en pleno centro de Madrid. Suena una música clásica de fondo y se lía un cigarrillo para fumar tranquilo mientras habla de su trayectoria profesional y de sus anécdotas en España, que no son pocas, puesto que llegó hace ya casi tres décadas.
“En 1982, España era el paraíso. Cuando llegué a Barajas, las azafatas eran amables, yo llamé a mi madre le dije: ¡la gente sonríe, qué majos!”, exclama con una carcajada sonora y sincera que inunda todo el espacio.
De marino a actor
Pero, antes de llegar a Madrid y descubrir que lo que quería hacer en su vida era interpretar, pasó una temporada en Cádiz, trabajando como marino. “Aun así, sabía que había algo dentro de mí que tenía que salir. De pequeño, en Alhucemas, soñaba con esas cosas que veía en las películas, una maravilla en comparación con la cutre calle y la cutre casa de entonces”, cuenta.
Fue precisamente en su ciudad natal donde, gracias a las clases “de lujo” de Juan Román, aprendió a captar y
transmitir sensibilidad, lo más importante para un artista, sea cual sea el ámbito en el que se desarrolle.
“Cuando me mudé a Madrid me dije que al día siguiente iría al Café Gijón para triunfar. Pero tardé cinco
años en entrar allí”, recuerda. Y es que su incursión en el mundo del cine fue de casualidad.
Un comienzo ‘a lo grande’
“Un buena mañana, una pareja entró al bar donde yo trabajaba, y me invitó a participar en Bajando al moro,
de Fernando Colomo”. Un comienzo aparentemente a lo grande, algo que refuta inmediatamente entre risas:
“Era de extra, de espaldas y sin frase”. “Eso sí, después me apunté a una agencia y desde finales de los años 80 hasta 2001 hice casi todos los papeles de marroquí tanto en televisión como en cine”, asegura.
Agradecido a Madrid
“A mí me ha formado la gente de Madrid. Me acogieron, me orientaron, me enseñaron todo lo que pudieron”, dice. Con el idioma nunca tuvo problema. En su Alhucemas hablaban en español, pero la enseñanza que recibió fue en francés. “Tengo un poco de complejo por mi acento”, dice, pero lo cierto es que el único que ostenta es el madrileño.
Ha trabajado en series como Los ladrones van a la oficina o Sin tetas no hay paraíso, y en películas como El
oro de Moscú, Cosas que hacen que la vida valga la pena o Poniente, gracias a la cual ganó, en 2002, el premio al mejor actor en el Festival de Cine España de Toulouse.
“He hecho mucha comedia, pero muchas veces son interpretaciones en las que solamente se explota el lado de la delincuencia, haciendo de sin papeles. De médico hasta ahora no he actuado”, remata gracioso, pero reflexiona un poco y añade: “Ahora hay más presencia, forma parte de la sociedad tener una amiga árabe, un compañero de trabajo árabe. Así que ahora es factible que haga de doctor en cualquier momento”.
El marroquí cuenta que la dirección le ha gustado desde pequeño, que iba germinándose dentro de él, pero considera que es más complicado y que hay que ir “paso a paso”.
En 2004 dirigió su primer cortometraje, Dueñas y dueños, que “fue más un ejercicio de exploración, no ha ido a festivales”. Ahora acaba de presentar su segundo corto, Yo no soy yo, en el que habla de los estereotipos inmigrantes con un toque de humor ácido, pero lanzando un mensaje totalmente demoledor: si seguimos dejándonos llevar por clichés racistas, gente que vale muchísimo se va a marchar de España.
“Ser cineasta no es sólo hacer películas para que triunfe el director, sino para transmitir algo, para que le llegue una parte de la realidad a los espectadores. Ése es el verdadero triunfo”, asegura.
Fatmi sigue actuando, le encanta. Pero ya anda metido en la dirección de su próximo corto, Salsa de lágrimas. ¿Para cuándo el salto al largometraje? “Cuando me vea capaz y con confianza en mí mismo. Tengo proyectos en marcha”, sentencia misterioso, antes de despedirme de él con un abrazo de gratitud y decirle que, cuando gane el Goya, le llamaré para felicitarle en vivo y en directo. Lo ganará, seguro, antes o después.