El museo Thyssen de Madrid inauguraba el pasado 28 de junio una exposición sobre la obra del pintor Antonio López (Tomelloso, 1936), uno de los artistas vivos con más relevancia en el arte contemporáneo.
La exposición comienza con una mirada a su obra más reciente, no sólo a su pintura, también a su escultura. Es un homenaje a Madrid, siempre a Madrid, la ciudad en la que ha vivido durante tantos años, pintando su luz, sus sombras y su señorío. Además de su angustia, de su ausencia de personas y de almas que producen una sensación de soledad urbana que acongoja y recoge en sus cuadros de la capital, de la Gran Vía a diferentes horas los más hermosos, y también otros (como Madrid desde Capitán Haya, del que ya hablé una vez en CAJÓN DE HISTORIAS, o Madrid desde la torre de bomberos de Vallecas, en la imagen) que son como una fotografía gigante, como una maqueta vista desde lejos.
Antonio López, de paciencia infinita, de meticulosidad extrema. Y de maestría, la maestría de un orfebre que saborea aquello que hace y lo extiende en el tiempo sin perder ni un ápice de entusiasmo.
En su obra escultórica estudia el cuerpo humano, representa la figura humana con absoluta precisión, como en Hombre y mujer, u Hombre tumbado, donde la tensión en la parte superior (las venas marcadas del cuello, los hombros cargados) contrasta con lo relajado del pene, las piernas y los pies.
Y la visita continúa con un viaje en el tiempo, con aquellas obras de los años sesenta y setenta del siglo XX, en los que nos muestra diferentes partes de la casa (algunos dibujos a lápiz no tienen desperdicio), a veces partes impúdicas y sucias y vulgares, elevadas gracias a él a la categoría de arte.
Podría decir mucho más de esta exposición que es el resultado de una vida de trabajo (como todas las vidas en realidad, dedicadas en su mayor parte al trabajo...), podría hablar de los membrillos, de las flores o de las cabezas, de los retratos a su esposa Mari, pero creo que lo mejor es que os acerquéis al Thyssen y disfrutéis de Antonio López, porque merece la pena, de verdad. Estará hasta el 25 de Septiembre.
La exposición comienza con una mirada a su obra más reciente, no sólo a su pintura, también a su escultura. Es un homenaje a Madrid, siempre a Madrid, la ciudad en la que ha vivido durante tantos años, pintando su luz, sus sombras y su señorío. Además de su angustia, de su ausencia de personas y de almas que producen una sensación de soledad urbana que acongoja y recoge en sus cuadros de la capital, de la Gran Vía a diferentes horas los más hermosos, y también otros (como Madrid desde Capitán Haya, del que ya hablé una vez en CAJÓN DE HISTORIAS, o Madrid desde la torre de bomberos de Vallecas, en la imagen) que son como una fotografía gigante, como una maqueta vista desde lejos.
Antonio López, de paciencia infinita, de meticulosidad extrema. Y de maestría, la maestría de un orfebre que saborea aquello que hace y lo extiende en el tiempo sin perder ni un ápice de entusiasmo.
En su obra escultórica estudia el cuerpo humano, representa la figura humana con absoluta precisión, como en Hombre y mujer, u Hombre tumbado, donde la tensión en la parte superior (las venas marcadas del cuello, los hombros cargados) contrasta con lo relajado del pene, las piernas y los pies.
Y la visita continúa con un viaje en el tiempo, con aquellas obras de los años sesenta y setenta del siglo XX, en los que nos muestra diferentes partes de la casa (algunos dibujos a lápiz no tienen desperdicio), a veces partes impúdicas y sucias y vulgares, elevadas gracias a él a la categoría de arte.
Podría decir mucho más de esta exposición que es el resultado de una vida de trabajo (como todas las vidas en realidad, dedicadas en su mayor parte al trabajo...), podría hablar de los membrillos, de las flores o de las cabezas, de los retratos a su esposa Mari, pero creo que lo mejor es que os acerquéis al Thyssen y disfrutéis de Antonio López, porque merece la pena, de verdad. Estará hasta el 25 de Septiembre.