Oiga, dijo Hans, ¿no tiene frío con ese capote? Bueno, contestó el viejo, ya no es lo que era. Pero me trae buenos recuerdos, y eso también abriga, ¿no?
Actualmente no necesito ninguna liturgia para comunicarme con mi conciencia.
Pero un amor es eso, ¿no?, dijo el viejo, un amor es ser feliz quedándose.
En mi país se piensa poco, los pocos que han pensado lo han hecho muy bien, y en el extranjero nadie piensa que pensemos.
Los nacionalismos son otra forma de suprimir a los individuos.
España es mi lugar, pero no el país que hay, otro que sueño. Uno republicano, cosmopolita. Cuanto más española pretende ser España, menos es.
Los que creen que el lugar donde nacieron es su patria, sufren. Los que creen que cualquier lugar podría ser su patria, sufren menos. Y los que saben que ningún lugar será su patria, esos son invulnerables.
Álvaro explicó que la morriña era una especie de nostalgia por la tierra natal, un sentimiento lejano y triste pero también un poco dulce. Y que ser republicano y español era como la morriña, un sentimiento agridulce, un honor y un lamento.
Creo que el pasado no debería ser un entretenimiento, sino un laboratorio para analizar el presente.
Preguntaba usted si la felicidad o la ambiciones de las personas podían depender de las decisiones del político de turno. Permítame aventurar una respuesta si usted quiere banal: cuando no se tienen mil hectáreas de terreno, puede que sí.
En cuanto abría un diario de su país natal, se ponía a despotricar contra el rey Fernando o la censura. Sin embargo no dejaba de llerlos con una avidez que a Hans le resultada tan extraña como conmovedora: su amigo no podía abandonar Wandernburgo, pero tampoco se había ido nunca de España.
Los condesitos son bastante más puritanos que los hombres humildes. No pongas esa cara, ¿y sabes por qué?, porque los aristócratas viven tan bien que terminan subestimando el placer. Los hombres respetables le temen más a una revolución en la cama que a la anarquía política.
Sophie, mi vida, vendrán otros tiempos. Y no serán tan distintos.
Los viajeros huyen de la nostalgia. Cuando se viaja no hay tiempo para la memoria. Los ojos están llenos. Los músculos, cansados. Apenas quedan fuerzas ni atención para otra cosa que no sea seguir moviéndose. Hacer una maleta no te hacer consciente de los cambios, más bien te obliga a postergar el pasado, y al presente lo absorbe la inquietud de lo inmediato. El tiempo resbala por la piel de los viajeros.