Francesca cuidó durante toda su vida de su marido y de sus dos hijos, los cuidó hasta la muerte, y estos, los hijos se sorprendieron al descubrir en su testamento que su madre no quería ser enterrada junto a su esposo, no, sino ser incinerada y que sus cenizas fueran esparcidas en uno de los puentes del condado. ¿Por qué? ¿Por qué no encontrar el descanso eterno junto al que había sido su compañero toda la vida? Los hijos comienzan a leer sus diarios y descubren esta historia de amor, como decía, una de las más grandes jamás contadas.
En el hastío de su vida, el marido y los hijos adolescentes Francesca se marchan cuatro días a una feria. Y en esos días aparece Robert Kincaid, un maduro y atractivo fotógrafo del National Geographic, para hacer un reportaje de los puentes de Madison. Él, perdido, pide que le ayude para orientarse. Ella accede a hacerlo y pronto, entre ambos,
surge una pasión que deviene en un amor intenso que durará cuatro días, y durará para siempre en la distancia, alentándoles a vivir con plenitud cuando la existencia se ponía cuesta arriba.
Clint Eastwood conmocionó al mundo con su sensibilidad y con sus aptitudes para plasmar detrás de la cámara, con certeza, los sentimientos, la dicha y las miserias del alma humana. Y
Meryl Streep está maravillosa, como siempre, en sus miradas y en sus suspiros, para transmitir la angustia de su pequeña cárcel de comodidad y la libertad que encuentra en los brazos de Robert. Francesca abandonándose, desde el engaño a su familia hasta la más absoluta fidelidad, la fidelidad por ella misma, en una encrucijada que no fue tal debido a la intensidad de los sentimientos, como la fuerza del agua del río que quiere buscar su cauce.
Los puentes de Madison no es sólo una historia de amor y fidelidad, sino también una crítica explícita a la sociedad de la América profunda, capaz de desgarrar la felicidad ajena con su conservadurismo y su retraso mental y una envidia latente, oculta en apariencias y buenas maneras hipócritas.
En definitiva, una maravillosa película, capaz de retorcerte las entrañas, de erizarte la vida hasta las lágrimas, que logra que quieras gritarle a Francesca que abra la puerta de ese coche y corra bajo la lluvia para abrazar a Robert para siempre, hazlo, Francesca, hazlo, te lo mereces, todos nos lo merecemos. Pero ella sabía que era mejor mantener intacta la belleza de ese amor, que después nada sería igual.
Una película que demuestra que hay amores eternos que apenas duran días u horas, que ponen tu vida del revés, que hacen tambalear sus cimientos, amores con la fuerza de un tsunami,
amores que llegan y pasan y destrozan dulcemente todo y después desaparecen pero que dejan en cada esquina del cuerpo, en cada recoveco del corazón, una huella imborrable, inmune a la memoria. Amores que son, ni más ni menos, el aliento de la vida.