
Leer es el único acto soberano que nos queda. Antonio Muñoz Molina.
Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca. Jorge Luis Borges.
El recuerdo que deja un libro es más importante que el libro mismo. Gustavo Adolfo Bécquer.
Un libro de cabecera no se escoge, se enamora uno de él. José Luis de Villalonga.
Necesitamos desesperadamente que nos cuenten historias. Tanto como el comer, porque nos ayudan a organizar la realidad e iluminan el caos de nuestras vidas. Paul Auster.
Escribir es la manera más profunda de leer la vida. Francisco Umbral.
Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora. Proverbio hindú.
Para referirse a las personas que más detestaba, las rutinarias, las monótonas, las incapaces de cualquier rasgo de imaginación decía:- Son funcionarios mentales.
Para los temperamentos como el suyo, se dijo Mario, un horario fijo era peor que una condena a prisión.
Mejor Cortometraje Extranjero: Podgladacz, de Adam Uryniak (Polonia)
Mejor Guión: Él nunca lo haría, de Anartz Zazua
Mejor Actor: Fran Perea, por El opositor
Mejor Actriz: Carmen Ruiz, por La rubia de Pinos Puente
Premio del público: La rubia de Pinos Puente, de Vicente Villanueva.
Cuando vi Hard Candy no sabía de qué iba, en las primeras escenas me imaginé qué tipo de película sería y no por eso me sentí decepcionado. Sin embargo, no ocurrió nada de lo que pensaba, sino que el guión (bastante pulido aunque narrativamente esperaba el porqué de algunas cosas más...) da un giro tan brusco que en un momento determinado el protagonista y yo gritamos a la vez: ¡¿QUÉ ESTÁ PASANDO?!
Hard Candy es la primera película del director David Slade, estrenada en 2005. Después realizó Treinta días de oscuridad y este año regresará a las pantallas con la tercera parte de la saga Crepúsculo. Tengo la impresión de que Slade ha virado hacia un cine más comercial, alejándose del corte independiente que tiene Hard Candy, una película meticulosa en sus colores, donde el rojo eléctrico destaca; una película con unos movimientos de cámara maravillosos, y un inicio en el que abundan unos primeros planos que los actoresa guantan como pocos -Ellen Page, que brilla y volvió a brillar en Juno, y Patrick Wilson, más que correcto aquí en un duelo interpretativo de extrema complejijdad, aunque su carrera no termina de despegar, quizá su nombre suene este 2010, ya que tiene cuatro películas en post-producción.
Desde CAJÓN DE HISTORIAS, recomiendo esta película (¿de culto?) que no os dejará indiferentes... No os dejéis engañar por el cartel con una caperucita roja contemporánea, Hard Candy perturba mucho más...
En todo Madrid habitaba un nuevo despertar después de un invierno frío y cerrado, un Madrid con un cielo abierto, con unos jardines que brillaban desprendiendo tonos verdosos, rosáceos y azulados, unos jardines que llamaban a la vida, con un sol tibio que hacía que los deliciosos pinos, con sus copas redondas, ofrecieran una sonrisa amable, con unos almendros que se habían llenado de flores de manera inusualmente tardía. Me encantaba observar los almendros en flor, tan sofisticados y elegantes. Un Madrid con unas fuentes que rebosaban agua, fuente solemne que transmitían una refrescante sensación, que abrían el espacio y hacían de mi Madrid una ciudad bella y delicada.
Pensé en alejarme de todo, en marcharme de España, de mi Madrid lleno de luz, con su gente prendida del ritmo frenético de una ciudad heterogénea, con su cielo azul eléctrico y su algarabía perenne, pensé en abandonar todo, no seguir leyendo guiones que no valían nada, en desaparecer del mundo, destruir la ventisca que me invadía, que me elevaba al arte del ridículo, que me convertía en pueril. Pero no lo hice. Me sentía enraizado, arraigado a Madrid, tanto que yo ya no era de allí, sino que la ciudad era mía, mi ciudad. En Madrid nací, crecí, amé y odié, y seguía intentando olvidar el amor sentido y el odio resentido, y seguía haciendo de mi casa un lupanar tenue, una mancebía gris.
De Madrid sobre todo, ciudad que aceleraba mi corazón, ciudad desastre en todos los sentidos, droga furiosa que te engancha y te atrae para siempre, la mejor ciudad del mundo, la más bella y caótica, la más surrealista y heterogénea, la ciudad de la gente invisible, en la que puedes bajar a comprar el pan desnudo y no pasa nada, porque nadie te mira, no eres nadie, no existes y, sin embargo, todo el mundo sabe que estás ahí, desnudo quizá, sí, pero si un día dejas de estar te echarán en falta, y llorarán tu ausencia, y pedirán explicaciones al cielo de la ciudad, sin estrellas, pero el más bello. Gritarán tu falta sin piedad ni razón como han demostrado tantas veces, por desgracia, y demostrarán al mundo entero que es el único lugar en la que los ecos no se callan, la ciudad que no duerme, que no merece amanecer con el estruendo de los vagones deshechos en sus entrañas. Madrid -Madriz, como decimos los madrileños, los más chulos, los más abiertos, los que arrastramos las eses- me hacía falta y no podía alejarme para siempre de su aire y de su olor y de toda ella, encadenado a ella.
Me sentía más parte de Madrid que nunca, de lo que la ciudad había sido y lo que era ahora por lo que había sido, porque de cosas como esta es de lo que más se aprende, de los errores y del dolor. No sabía a ciencia cierta si era verdad o no, pero cada parte de mí me decía que Madrid me necesitaba.