Los Juegos del Hambre llegan a su fin. Después de un año de espera tras Sinsajo: Parte 1, una película de transición sobre la que sigo teniendo serias dudas sobre si era necesaria o no, llega por fin el desenlace de la historia de Katniss Everdeen y la lucha de los distritos por liberar Panem de la tiranía del Presidente Snow.
La cuarta entrega cinematográfica es una película técnicamente impecable, como todas las de la saga, y en la que el director opta por contar la historia de una manera pausada, in crescendo, con algunos altibajos en el ritmo y en la tensión. Uno podría pensar que no iba a dar tregua, que la tregua fue la Parte 1, pero no es así: los primeros 30 minutos de la historia son pura introducción a lo que está sucediendo en Panem y resultan una preparación para el espectador de lo que está por llegar.
Jennifer Lawrence se convierte en el motor, una vez más, de la película. Ella es el Sinsajo, el símbolo que hace posible creer en el cambio. Ella salva la película.
Puede que no sea el final más intenso y esperado, pero tiene algunas escenas épicas, especialmente las que tienen lugar en el Capitolio, y una oscuridad que la engrandece. Eso sí, el regusto final después de estos años no es del todo dulce y mis favoritas de la saga siguen siendo las dos primeras: Los Juegos del Hambre y Los Juegos del Hambre: En llamas.
Queríamos que este final fuera, probablemente, muy parecido a lo que se ve en la pantalla, pero algún mecanismo desconocido se ha roto y eso hace que el corazón no se acelere como debería.
Katniss Everdeen lanza la última flecha, la lanza con acierto, pero no con la exactitud que la convirtió en la digna vencedora de Los Juegos del Hambre.
Texto: Ismael Cruceta @CajondeHistoria