Uno de los mayores éxitos editoriales en España de los últimos años, tenía la sensación de que era el único que no había leído aún
El tiempo entre costuras, la primera novela de María Dueñas, que tanto ha dado que hablar y que tanto han recomendado.
Una obra ambiciosa que relata la vida de Sira Quiroga, una joven costurera a la que la vida la lleva al Marruecos de los años treinta, a la capital del protectorado español, Tetuán. Una novela en la que comulgan una documentación rigurosa y una historia de ficción atrayente, dos de los ingredientes que parece que son premisa indispensable para conseguir ser un best-seller en este país.
El tiempo entre costuras me ha gustado, es una buena novela, sin duda… pero… la historia comienza con muchísima fuerza y, para mí, ha ido de más a menos, sin llegar a caer jamás en el sopor, pero sin la fascinación que me produjo al principio.
El personaje principal, el de Sira, lleva todo el peso, pero, en mi opinión, necesitaba más apoyo de los secundarios. De hecho hay dos de ellos, el de Candelaria, La matutera, y el del vecino homosexual, que parecía que iban a ser dos de esos personajes secundarios entrañables e inolvidables, pero el proceso se quedó a medias. Otros, en cambio, menos fascinantes, tuvieron más peso al final en el conjunto de la obra, como el de Serrano Suñer o el de Beigbeder.
Con todo, consigues ver y conocer a la protagonista, a una chica a la que la suerte parecía que se le resbalaba, pero a la que, en realidad, la suerte acompañó durante su historia.
Entre las cosas que más me han gustado tengo que destacar el viaje a Tánger y Tetuán, a sus olores y a sus calles, a su cultura moruna, como la propia Dueñas dice en multitud de ocasiones a lo largo de las páginas.
La autora tiene un estilo depurado y pragmático, que facilita la lectura, pero, en algunas ocasiones, he echado de menos la emoción que te empaña los ojos, y dado el calibre de las situaciones que ha de vivir la protagonista, creo que tal emoción era necesaria: cuando se reencuentra con su madre en Tetuán, por ejemplo, fue uno de los momentos en los que más me faltó esa magia de la Literatura (con mayúsculas).
La novela engancha, encanta al principio, menos después, y el final roza la mediocridad por su precipitación. Por eso, no llegaré a decir que la novela fracasa, pero sí que no consigue la plenitud de las grandes obras, en las que el conjunto es una sucesión de maravillas.