La barcelonesa merecía un reconocimiento así, el más importante de las letras hispánicas. Por su dedicación y su amor por la literatura, por el rico mundo de fantasía, de cuentos y de palabras que sirvieron para, entre otras cosas, callar aquella guerra entre hermanos que partió España por dentro y por fuera. Y también despojó de la inocencia a aquella niña que ella era entonces y que se refugiaba en un mundo mágico para no escuchar los bombardeos.
Ana María Matute, de 85 años, y 80 profesando amor por la creación literaria, porque "el que no inventa no vive", recordó su vida durante el discurso que dio en el acto de entrega del galardón, una vida "salpicada de abundantes tempestades", alegre a pesar de todo, una vida plena de Literatura - en mayúscula - en la que se ha de entrar con dolor y lágrimas.
Una de las voces más certeras de la narrativa española, posiblemente la última voz femenina viva de la Posguerra española, un brillo con regusto amargo durante esa posguerra que fue más larga y más cruenta a veces que la contienda incluso.
Me queda tanto por leer de ella... Entre sus obras más importantes destacan Los Abel, Los hijos muertos (Premio de la Crítica 1958 y Nacional de Literatura 1959), Pequeño teatro (Premio Planeta 1954), Primera memoria (Premio Nadal 1959), Olvidado rey Gudú, Aranmanoth o Paraíso inhabitado.
Desde CAJÓN DE HISTORIAS quiero expresar hoy mi gratitud y mi admiración por esta gran dama de nuestras letras, esta infatigable narradora e inventora de sueños para olvidar los llantos.