El tiempo es una lluvia paciente y amarilla que apaga poco a poco los fuegos más violentos.
La lluvia amarilla es una de las novelas más hermosas y tristes que he leído, no solo en este año, sino en toda mi vida.
Creo que es justo empezar con esa frase tan rotunda mi reseña. Con esa frase y un agradecimiento al autor por construir una novela tan poética y necesaria, capaz de ahondar en rincones profundos del corazón.
Julio Llamazares, protagonista del mes en CAJÓN DE HISTORIAS, retrata un pedazo de la realidad de España que se olvidó de sí misma, de las raíces más profundas de la tierra, y permitió que muchos pueblos se llenaran de polvo y de olvido, y de la lluvia amarilla del otoño que todo lo cubre y lo destruye.
El monólogo interior de Andrés, último habitante de Ainielle, un pueblecito del Pirineo Aragonés, se convierte en un canto a la memoria herida por la soledad, en la que se mezcla el recelo del ser humano y la lucha por la supervivencia en ambientes hostiles. Y a pesar de la locura y la pronta muerte, resta siempre en el protagonista un ápice de la candidez y el amor de los hombres duros de las tierras de campos, dos sentimientos áridos y nobles a partes iguales.
Llamazares logra una cadencia poética de principio a fin, en un derroche de grandeza narrativa a la altura de muy pocos escritores, logrando que esta novela se convierta en una poesía de casi 150 páginas, logrando en ocasiones un arañazo trémulo que provoca las lágrimas, como cuando se marcha Sabina, como cuando se marcha la perra...
Obra clave de la literatura española de finales del siglo XX. Imprescindible y brutal.
La frase:Añadiendo a la noche la estela de otras noches, arrancando al olvido la soledad primera, transformando en memoria la mirada y el sueño.
Texto: Ismael Cruceta @CajondeHistoria