Me ha gustado. Estoy contento. Era la última oportunidad que le daba a Marc Levy, con el que mantenía una relación que había comenzado muy bien, con la fresca
¡Ojalá fuera cierto!, pero que después había ido decayendo, primero con
Volver a verte, su continuación, una novela que me pareció muy floja y en la que repetía, sin gracia, las premisas de la primera parte; y después leí, en español (el resto las he leído en francés)
Mis amigos, mis amores, que supuso un fiasco absoluto y una lectura pésima.
Pero con Las cosas que no nos dijimos, que he leído durante los días que he pasado en Marruecos, se ha vuelto a ganar mi confianza. Es la historia de Julia, una mujer hecha a sí misma, que no mantiene ningún tipo de relación con su padre, un millonario empresario, desde que su madre falleciera de alzheimer. Pero, unos días antes de casarse con su novio, Julia recibe una carta en la que le anuncian que su padre ha fallecido. La boda se suspende. Unos días después la chica recibe en su casa una sorpresa: una caja gigante que contiene en su interior una especie de "robot inteligente" de su padre, Anthony Walsh. Éste le explica a su hija que es un invento, en pruebas, para que puedan disfrutar juntos unos días más, para decirse todas las cosas que no se dijeron cuando el hombre estaba todavía vivo.
A pesar de la sorpresa inicial, Julia accede a pasar esos días con su padre androide. Y es, este momento, cuando la novela comienza a mejorar. Ambos nos llevarán de viaje al pasado, a los rencores, y también a las ilusiones de otra época, a los amores entregados sin pedir nada a cambio. Algunas partes me han parecido, incluso, maravillosas, como cuando Julia recuerda su viaje a Berlín, para presenciar la caída del muro en 1989; o como cuando Anthony le relata a Julia cómo conoció a su esposa, cuando ella era una gran bailarina y él un pobre chico sin un centavo en el bolsillo.
Las cosas que no nos dijimos es una historia entretenida, el autor, como ocurre en sus otras novelas, no se pierde en florituras, y cuando intenta hacerlo, fracasa. Es un autor directo, de conversaciones ágiles, de argumentos que van enredándose poco a poco y, con el mismo ritmo, se desenredan. Es una novela dulce, Levy sabe cómo emocionar al lector, a algunos les podrá parecer melodramático y forzado, pero, para mí, con esta novela, ha conseguido el punto de azúcar exacto.
Con todo, diré que no es una novela perfecta, que el novio de Julia es un personaje que vaga en ninguna parte, que el mejor amigo de la chica, Stanley, da una imagen de homosexual afeminado y superficial, un cliché desgastado ya. Y algunas de las acciones son tan inverosímiles que, si no estuvieran bien encajadas, echarían a perder la novela, pero que Marc Levy consigue que cierres los ojos y continúes la lectura, que te dejes llevar y disfrutes.
Una novela entretenida, bonita, que engancha de principio a fin y que, con una naturalidad increíble, ahonda en la intromisión en la vida ajena, en las conflictivas relaciones de un padre y su hija, prevaleciendo, al final, el amor que se tienen el uno por el otro, un amor que se deja entrever desde la primera página, un amor revestido de recelos y rencores que, gracias a una segunda oportunidad, les permiten decirse todas las cosas que no se dijeron antes.
Durante toda la lectura de esta novela me ha acompañado esta canción de la cantante francesa Sheryfa Luna, con un título parecido, Des choses qui ne se disent pas, en la que se habla, como en el libro, de una relación paterno-filial:
Tu sais qu'on a le droit de s'aimer,
tu sais qu'on a le droit de pleuler,
tu sais qu'on peut le faire avant de partir,
avant qu'il ne soit trop tard j'aimerais te dire:
Je t'aime, papa,
car ce ne son pas des choses qui ne se disent pas...
Sabes que tenemos el derecho de amar,
sabes que tenemos el derecho de llorar,
sabes que podemos hacerlo antes de partir,
antes que sea demasiado tarde me gustaría decirte:
Te quiero, papá,
porque esto no son cosas que no se dicen...