El autor madrileño vuelve al universo realista que le concedió el éxito hace más de una década con Historias del Kronen. Sin embargo, la fórmula está desgastada y manida, tanto que en La pella, el título malsonante de su última novela, son escasos los elementos que invitan al lector a continuar hasta el final: tan sólo la corta extensión y la fluidez de unos diálogos adolescentes sin trascendencia hacen que el lector tenga ganas de acabar con algo que ya hemos leído anteriormente y hemos visto en el cine en películas de corte social-marginal como Barrio o Siete vírgenes: dos jóvenes, Borja y Kiko, comienzan a “jugar” con las drogas y tienen problemas para pagar una deuda (o pella, de ahí el título de la novela) a su camello: el Nacle. Los dos protagonistas se ven envueltos en una serie de peripecias para conseguir dinero de las que finalmente salen airosos: desde el robo de un coche, pasando por derramar una bolsa llena de droga en el aeropuerto de Barajas, hasta la venta de artículos de lujo robados en la casa de la novia de uno de los jóvenes.
Borja, que inexplicablemente es incapaz de pronunciar las “eses”, pertenece a una clase social media-alta, su familia muestra preocupación por él cuando comienza a darse cuenta de que toma drogas e incluso le imponen un castigo, impidiéndole que viaje hasta Italia para ver a su novia. Kiko, por su parte, trabaja como vigilante de seguridad, y aunque apenas se hacen referencias explícitas sobre su clase social lo cierto es que se deja entrever que la diferencia de clases hace imposible que ambos jóvenes mantengan su amistad.
Mañas abusa de las frases cortas, que más que una depuración narrativa evidencia una carencia estilística, impidiendo la profundización en el espacio: Madrid. Pero Madrid desprestigiado como pocas veces ha sucedido en la literatura, porque es difícil deslucir tanto a una ciudad tan rica en luz, color y matices como la capital española. El lector no llega a conocer la edad exacta de los personajes: si bien es cierto que su manera de hablar apunta que son adolescentes menores de edad, en la novela ambos van a discotecas a las que no podrían tener acceso si no tuvieran al menos dieciocho años. Es imposible obviar algunas metáforas más propias de la literatura juvenil o infantil que de una novela que en la librería la encontramos entre la última obra de Julio Llamazares y la de Mario Benedetti. Rasgos de una literatura infantil que se ven acentuados cuando el narrador heterodiegético y omnisciente se dirige al lector por primera y única vez en el capítulo 18.
El principal defecto de La pella es la evidente prisa del autor que ha publicado una novela como si se tratara de la reparación de un coche, de manera mecánica, pero con una explícita ineficacia que lo han dejado sin apenas armas para defender su obra. Porque La pella no debería ser más que el esqueleto, el borrador de la novela social que podría haber sido, con un estudio más intenso y completo de los personajes, lo que hubiera permitido al lector hacerse una idea de su verdadero perfil. No debería ser la historia breve y previsible que es, al borde de la pseudoliteratura. Una lástima.
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