LA DELICADEZA, de David Foenkinos

Esta novela, cuya adaptación cinematográfica dirigió el propio autor, es la historia de Nathalie, que encontró el amor por casualidad en los ojos de François, y la felicidad llenó la vida de ambos durante un paréntesis muy breve, porque un día, sin poderse despedir, él fallece inesperadamente.

La delicadeza comienza siendo una ligera y fresca historia de amor para, de repente, convertirse en un drama que jamás pierde esa frescura y esa ligereza del principio, gracias, sobre todo, a la forma de narrar que tiene Foenkinos, que intercala capítulos a modo de digresión y que se apoya mucho en los sentidos para hacer ver, escuchar, oler o tocar determinadas cosas a las que hace referencia. Una novela sobre la recuperación, sobre el proceso de salir de un túnel al que se ha entrado cuando el cielo era azul, y cuesta acostumbrarse a la oscuridad, pero poco a poco uno lo consigue, van apareciendo siluetas, formas que adquieren el nombre de un amigo, de una persona que de repente te hace reír y te da la mano para sacarte de ese túnel. Ese es Markus, un personaje secundario con una personalidad marcada, un carácter y un físico bien dibujado. Y esto, en conjunto, es La delicadeza.

No esperéis una novela cargada de profundidad porque no lo es. Le falta solidez, sí, pero se disfruta igualmente, y el lector no lamenta acompañar a la protagonista en esta aventura que es vivir. Foenkinos me recuerda, con sus frases para subrayar y compartir en las redes sociales, a Albert Espinosa, pero mejor, todo sea dicho, evitando caer en la evidencia, en sentimentalismos absurdos que llenan todo de moralina. 

Una novela sencilla que atrapa y que gusta, estructurada en breves capítulos, 117 en total, que equilibra la emoción y la candidez con sonrisas tiernas; la musicalidad y la lírica con la prosa más depurada. La delicadeza, que roza la sensiblería para , al final, producirse el pequeño milagro de la literatura: una palpitante emoción que deja un regusto positivo.