CUANDO VOLVÍ DE BOLIVIA...

Cuando volví de Bolivia tenía un montón de páginas escritas sobre un chico que, unos meses antes, tuvo que marcharse a trabajar en una organización internacional en La Paz. Un chico que se parecía demasiado a mí pero que no era yo. Os cuento:

Yo era consciente de que escribiría, de tiempo en tiempo, a mi familia y a algunos amigos íntimos contándoles cómo era mi vida en el altiplano y cómo me adaptaba a mi nueva realidad. Lo que no sabía es que mis anécdotas personales adquirirían más pronto que tarde una personalidad propia, por lo que decidí sacarme el pudor y crear un personaje muy parecido a mí, el de un expatriado en tierras sudamericanas que dejó a su perro y a su pareja al otro lado del océano y que contaba aquello que le sucedía entre risas, lágrimas y una pequeña dosis de nostalgia. Unas anécdotas que adquirieron, casi sin darme cuenta, la forma de libro. De este libro que todavía no es, una mezcla de realidad y ficción, porque todos los sentimientos volcados son, o pretenden ser, certeros, los lugares se pueden ubicar en un mapa, sí, pero no todas las situaciones han ocurrido de verdad, ni mucho menos, ni ese personaje que tanto se me parece soy yo, sino que es un juego hiperbólico: la vida, a pesar de todo, no siempre es tan divertida. 

Y cuando regresé a esta España hace apenas dos meses tenía ese montón de páginas que comentaba al principio, páginas cargadas de honestidad, y tenía también unas ansias enormes de sacarme el pudor. Necesitaba que alguien ajeno a mí, alguien que no perteneciera a mi círculo leyera esas pequeñas historias y me diera su opinión sincera desde la distancia. Ese último empujón, quizás, para decidirme a buscar un editor que diera el soplo de vida final a este libro en el que hay demasiado de mí, que puede ser controvertido porque hay en él una crítica mordaz a esta patética situación política y a esta realidad social, mezclada con una visión personal de la cooperación, tan certera a veces, tan desvirtuada otras. Pero ¿quién podría ser esa persona? No podía ser nadie de mi familia, ni de mis amigos, no al menos esos que me conocen en persona, que saben cómo suena mi voz y conocen mis tics, mis risas y mis manías. Y pensando y pensando me acordé de que, al poco de marcharme, Icíar, la administradora de Los mil y un libros, me expresó su deseo de leer aquello que escribiera durante mi estancia en Bolivia. Así que me puse en contacto con ella y le conté esto que os cuento ahora a vosotros, que tenía un manuscrito gritándome que quería ser. Y ella se ofreció encantada a enfrascarse en esta lectura que es mía, y también de todos, de los viajeros y de los viajantes, de los migrantes, de las personas que han tenido que vivir en la distancia, con ese pequeño fulgor brillante que luce en los ojos de los que tuvieron que dejarlo casi todo para empezar de nuevo, tal y como digo en la introducción. 

Desde aquí no puedo más que mostrarle mi gratitud a Icíar por su compromiso, por su dedicación y por sus palabras, que ha publicado hoy en su espacio y que podéis leer AQUÍ.

Ahora me toca a mí...¿qué hago?  ¿autoeditar? ¿buscar editorial de nuevo?