Sé que me habéis echado de menos, queridas y queridos. Me habéis pedido, rogado, suplicado por activa y por pasiva (con perdón de la expresión) que volviera a hablar de mí, de mis experiencias en Honduras. Las expectativas son altas, lo sé, porque uno se pone a contar que ha vivido un tsunami o que casi ha sido acusado de trata de personas y claro, todo el mundo espera que cuente ahora, yo qué sé, que tengo súper poderes para volar o que se me ha aparecido la virgencita de Suyapa y me ha pedido liberar al pueblo palestino. Pero no, lo siento. Uno a veces tiene que trabajar (e ir de cóctel en cóctel) y no le da tiempo a tener apariciones virginales nocturnas.
Afortunadamente, entre esas funciones laborales que me tienen ajetreado todo el día y no me permiten sentarme a escribir aventuras, estuvo la realización de entrevistas (en pantalón corto y chanclas, ouh yeah!) a beneficiarios y actores vinculados a un proyecto en la Moskitia, la región más vulnerable de Honduras. Han sido diez días fuera de la oficina, hablando con la gente, descubriendo otra forma de vivir, otra cosmovisión y, sobre todo, la dignidad profunda de los pueblos indígenas, que siempre me emociona. Y en diez días me ha dado tiempo a vivir algunas cosas curiosas, porque en la Moskitia todo es posible y, el realismo mágico de Gabriel García Márquez toma una nueva dimensión para transformarse en surrealismo mágico: la pista de aterrizaje es de tierra, y vi una avioneta que había pinchado una rueda llegando al aeropuerto.
En la Moskitia he estado algunos días en comunidades en las que no había luz, agua, baño y no digamos ya teléfono o Internet. Esos días yo rezaba por controlar mi flora intestinal y no tener que irme de excursión al campo. Pero en algunas de esas comunidades, como Mábita, pude ver guacamayas volando libre. Y también una rana en mi habitación (pedí apoyo para que me ayudaran a sacarla) o vacas presumidas que deciden meterse en el plano mientras haces una entrevista y mi compañera y yo, por precaución, salimos corriendo no fuera que la vaca se enfadara. Por no hablar de una noche que empecé a escuchar ruidos y no quería abrir los ojos por lo que pudiera encontrarme, hasta que me armé de valor y encendí mi linterna y... no vi nada. A la mañana siguiente, mi mochila apareció roída y el suelo lleno de Doritos (que obviamente estaban dentro de mi mochila y Ratatouille no pudo contener su gula).
Afortunadamente no hemos visto otros animales que viven en la zona, como el jaguar o el tiburón, que inunda el sistema lagunar de Karatasca. El primer día que tomamos una lancha, un compañero me preguntó si sabía nadar, y yo le contesté que sí. Un día después me entero de que esa laguna está infectada de tiburones, así que de poco me hubiera servido nadar en caso de naufragio (llamadme loco pero Spielberg ha hecho mucho daño). Por cierto, esa puta lancha me destrozó las nalgas. Qué botes, qué agresividad. En serio, yo no sabía donde agarrarme. Y lo peor es que delante de mí había un niño miskito más fresco que una lechuga. He de mencionar también que mi compañera y yo éramos los únicos que llevábamos puesto el chaleco salvavidas.
Diez días emocionantes e intensos, de verdad, de hermosos paisajes y en los que uno vuelve a reconfigurar su manera de pensar y su visión del mundo, para reafirmar su compromiso con la igualdad social e intentar como sea dar voz a los que no la tienen, porque un Estado fallido se la ha quitado durante años. Y creer con certitud que el mundo puede, si todos nos lo proponemos, ser un lugar mejor para vivir, más justo y con unas condiciones dignas para todos. Sigamos adelante.
Texto: Ismael Cruceta @ismaelcruceta
Jjjajjjjajajaaj me ha dado la risa con lo de las medusas xD
ResponderEliminarBesotes
jajaja a mí también porque no tuve que comérmelas!! ;)
EliminarLo de las medusas tiene guasa....jajaja.
ResponderEliminarBesines,
Fuerte eh?? jajajaja.
EliminarMira, me pasa a mí lo de los ruidos y...
ResponderEliminarYo no puedo ser aventurera como tú porque me pasaría el día gritando y corriendo delante de los bichos.