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lunes, 24 de agosto de 2015

En Tegus no se camina: Viaje a la Moskitia


Sé que me habéis echado de menos, queridas y queridos. Me habéis pedido, rogado, suplicado por activa y por pasiva (con perdón de la expresión) que volviera a hablar de mí, de mis experiencias en Honduras. Las expectativas son altas, lo sé, porque uno se pone a contar que ha vivido un tsunami o que casi ha sido acusado de trata de personas y claro, todo el mundo espera que cuente ahora, yo qué sé, que tengo súper poderes para volar o que se me ha aparecido la virgencita de Suyapa y me ha pedido liberar al pueblo palestino. Pero no, lo siento. Uno a veces tiene que trabajar (e ir de cóctel en cóctel) y no le da tiempo a tener apariciones virginales nocturnas.  

Afortunadamente, entre esas funciones laborales que me tienen ajetreado todo el día y no me permiten sentarme a escribir aventuras, estuvo la realización de entrevistas (en pantalón corto y chanclas, ouh yeah!) a beneficiarios y actores vinculados a un proyecto en la Moskitia, la región más vulnerable de Honduras. Han sido diez días fuera de la oficina, hablando con la gente, descubriendo otra forma de vivir, otra cosmovisión y, sobre todo, la dignidad profunda de los pueblos indígenas, que siempre me emociona. Y en diez días me ha dado tiempo a vivir algunas cosas curiosas, porque en la Moskitia todo es posible y, el realismo mágico de Gabriel García Márquez toma una nueva dimensión para transformarse en surrealismo mágico: la pista de aterrizaje es de tierra, y vi una avioneta que había pinchado una rueda llegando al aeropuerto. 

En la Moskitia he estado algunos días en comunidades en las que no había luz, agua, baño y no digamos ya teléfono o Internet. Esos días yo rezaba por controlar mi flora intestinal y no tener que irme de excursión al campo. Pero en algunas de esas comunidades, como Mábita, pude ver guacamayas volando libre. Y también una rana en mi habitación (pedí apoyo para que me ayudaran a sacarla) o vacas presumidas que deciden meterse en el plano mientras haces una entrevista y mi compañera y yo, por precaución, salimos corriendo no fuera que la vaca se enfadara. Por no hablar de una noche que empecé a escuchar ruidos y no quería abrir los ojos por lo que pudiera encontrarme, hasta que me armé de valor y encendí mi linterna y... no vi nada. A la mañana siguiente, mi mochila apareció roída y el suelo lleno de Doritos (que obviamente estaban dentro de mi mochila y Ratatouille no pudo contener su gula).

Afortunadamente no hemos visto otros animales que viven en la zona, como el jaguar o el tiburón, que inunda el sistema lagunar de Karatasca. El primer día que tomamos una lancha, un compañero me preguntó si sabía nadar, y yo le contesté que sí. Un día después me entero de que esa laguna está infectada de tiburones, así que de poco me hubiera servido nadar en caso de naufragio (llamadme loco pero Spielberg ha hecho mucho daño). Por cierto, esa puta lancha me destrozó las nalgas. Qué botes, qué agresividad. En serio, yo no sabía donde agarrarme. Y lo peor es que delante de mí había un niño miskito más fresco que una lechuga. He de mencionar también que mi compañera y yo éramos los únicos que llevábamos puesto el chaleco salvavidas. 

Esa lancha, que no sufrió inconvenientes, nos llevó hasta una comunidad de pescadores de medusas. Sí, queridas y queridos, medusas. Esos bichitos que si te pican tienen que mearte encima. Los exportan a china ya que allí se los comen debido a sus propiedades afrodisíacas (yo también flipé). El caso es que un señor nos decía: "Si llego a saber que vienen les hubiera preparado un ceviche de medusa o una sopa de medusa". ¿En serio? Los putos chinos han provocado que los hondureños también se estén volviendo locos y se coman las medusas. No hay dolor. 

Diez días emocionantes e intensos, de verdad, de hermosos paisajes y en los que uno vuelve a reconfigurar su manera de pensar y su visión del mundo, para reafirmar su compromiso con la igualdad social e intentar como sea dar voz a los que no la tienen, porque un Estado fallido se la ha quitado durante años. Y creer con certitud  que el mundo puede, si todos nos lo proponemos, ser un lugar mejor para vivir, más justo y con unas condiciones dignas para todos. Sigamos adelante. 


Texto: Ismael Cruceta @ismaelcruceta

jueves, 7 de mayo de 2015

En Tegus no se camina: Vacaciones en el mar

Ha pasado exactamente un mes desde la última vez que escribí sobre mi Semana Santa en el norte de Honduras. Durante todos estos días me he ido sintiendo cada vez más adaptado a esta "ciudad hostil" que tiene su encanto (¡vaya que lo tiene!). "Tegus te atrapa", me dicen los hondureños. Igual tienen razón porque estoy feliz, feliz.  Y durante estas semanas he ido recopilando experiencias, comentarios y anécdotas de la vida en la raíz del mundo. Pero no os las contaré hoy. ¿Por qué? Porque en el puente de mayo nos fuimos de vacaciones a El Salvador.

Planes para el puente de mayo: 
La mafia italiana (entre la que se encuentra mi compañera de piso Paola) había organizado una quedada centroamericana en El Salvador. Iría gente que vive allí, y también otros que vivimos en Honduras, Nicaragua y Guatemala. Habían alquilado un rancho en Barra de Santiago, en la costa,"cerca" de San Salvador, la capital. Salida prevista el viernes por la mañana y regreso el domingo por la tarde. "Serán unas 5 o 6 horas de viaje", prometieron mis fuentes.

Iniciamos el trayecto y 10 horas después llegamos a una casona en primera línea de playa como la de Brandon y Brenda en Sensación de vivir. De hecho, esas 10 horas merecieron la pena en el mismo momento en el que entramos por la puerta de la finca. "Tengo que aprender a disfrutar más del viaje, no solo del destino", me dije. Porque lo cierto es que una vez allí era (muy) fácil disfrutar: bebiendo cerveza en la barra de la pisina, comiendo pasta cocinada por la mara italiana, desayunando ostras. Lo típico. 

El fin de semana prometía exceso de sol, exceso de cerveza, exceso de piscina y de mar. Perfecto.

Pero me levanto el sábado y descubro un oleaje en el Pacífico como nunca he visto en mi vida. Me encanta la ironía de aquel que decidió bautizar a esas aguas hijas de puta de esa manera. Tan fiero estaba el mar y la casa tan en primera línea que ocurrió algo así:


Vale, en realidad no. Pero sí que el mar llegó hasta la piscina y lo que ocurrió fue esto:


Efectivamente, el agua del mar llegó hasta la piscina. Así que nos quedamos sin mar y sin piscina. Dos en uno. ¿Que nos queda? Efectivamente, la cerveza. Lo malo es que después de unas cuantas cervezas uno se relaja y ¿que viene un tsunami? Pues que venga que aquí le espero. Por la noche nos recomendaron evacuar la zona, así que decidimos votar. En la casa estábamos unas 20 personas: 15 europeos, 1 gringa y 4 centroamericanos. Votos a favor de evacuar: 3 (de los centroamericanos). Votos en contra: 16. Conclusión: nos quedamos esperando la ola. LA OLA, decían. Y la ola llegó cuando yo estaba dormido plácidamente en mi habitación (de la segunda planta por si las moscas), y tampoco fue para tanto, volvió a alcanzar la piscina y llenarla de mierda pero nada que ver con la auténtica ola grandiosa de la más grande:


Resumen del fin de semana: 
19 horas de viaje.
Curso exprés de italiano superado con éxito.
Supervivencia a un tsunami.
Desconexión extrema.
Alegría, alegría, alegría.

Ha merecido la pena.


Texto: Ismael Cruceta @CajondeHistoria

martes, 7 de abril de 2015

En Tegus no se camina: Y al tercer día resucitó

En Honduras, la Semana Santa es como el mes de agosto español: las ciudades se vacían, uno incluso puede respirar aire puro entre tanta contaminación habitual, los pueblos se llenan de “forasteros” y las playas se ponen a rebosar hasta el punto que hay que madrugar para “reservar” tu pedacito de arena.

Ante este panorama, ¿qué hacer? ¿quedarse en Tegucigalpa, ciudad en la que soy un recién llegado, para familiarizarme con sus lugares tranquilamente, o salir a conocer otras partes del país abarrotadas por una masa ingente de hondureños deseosos de vacaciones? Obviamente, la segunda opción es la correcta.

Así que, el pasado jueves y después de gestionar durante un día entero los preparativos del viaje, un lindo grupo de expatriados (dos italianas, dos españoles) nos pusimos en marcha hacia La Ceiba, en la costa norte de Honduras.

-          Medio de transporte: el coche de Lianna, que en realidad no es suyo sino que se lo ha alquilado a un señor.
-          Hotel: Jungle River, en pleno Parque Nacional Pico Bonito. A una media hora de La Ceiba.

Todo apuntaba a que serían cuatro días paradisíacos pero… después de conducir durante dos horas el coche empezó a ir a trompicones, así que paramos en una gasolinera. El señor gasolinero le echó un vistazo y nos dijo que “cheque” (que significa “todo bien” en hondureño). Pensábamos que era cosa del depósito, que se había gastado, pero una hora después el coche decidió entregar su alma y nos dejó en Potrerillos, una comunidad cercana a San Pedro Sula, la ciudad más peligrosa del mundo. Y es que, como canta Romeo Santos, la aventura es más divertida si huele a peligro...



Allí, en Potrerillos, estuvimos un par de horas (quizá tres) en un taller para ver si, dado que era Jueves Santo, ocurría el milagro y el coche resucitaba. Pero no fue así. Decidimos llamar a la grúa, que tardó en aparecer un par de horas más. El plan era el siguiente: el señor de la grúa nos llevaba a San Pedro Sula, donde dejaríamos el coche en un taller de confianza, y una vez allí, buscaríamos alguna forma de llegar hasta La Ceiba. El pequeño inconveniente es que, junto al conductor de la grúa solo pueden ir dos personas.

-          - ¿Pueden las otras dos ir subidas en el carro?
-          - Está prohibido, pero está bien – dijo el señor de la grúa (por cosas así amo esta región).

Así que Paola, mi compañera de piso, y yo, fuimos adelante como señores y las otras dos pobres atrás. Poco importaba que nos fuéramos a adentrar en un nido de peligrosidad y delincuencia, para nosotros parecía que lo peor había quedado atrás, de hecho, yo me relajé tanto que me quedé dormido mientras el conductor nos explicaba algunas cosas interesantes sobre la región, como que hay una cordillera que desde ahí, al norte de Honduras, llega hasta Paraguay (¿se lo inventaría?). Pero mi sueño se vio interrumpido bruscamente por un retén policial. Porque, señoras y señores, ¿qué más puede ocurrirte si se te estropea el coche cerca de San Pedro Sula y llevas de manera "ilegal" a dos chicas europeas en un vehículo encima de una grúa? Pues ahí lo tenéis: que te pare un policía y te enteres de que el conductor tiene la licencia caducada desde hace tres meses y no le deje continuar. Yo ya estaba rezando a mi querida virgen de la chikunkuña para que el policía no descubriera a las chicas atrás y nos acusara de trata de blancas. Ellas, mientras tanto, agachadas y sudando a chorro vivo. Afortunadamente, la virgen escuchó mis plegarias (y el policía también) y permitió al conductor acercarnos hasta el taller mecánico con la condición de que después él debía regresar a por su multa. Ouh yeah, pulgares arriba. (No opinaría lo mismo el conductor de la grúa pero en fin…)

Una vez nos habíamos despedido del amable conductor y de nuestro querido coche fallecido, fuimos hasta la estación de autobuses, donde nos dijeron que ya no había más viajes programados para ese día. Vale, nos lo podríamos haber tomado como una señal del destino para que volviéramos a Tegucigalpa. Pero no. Somos perseverantes y audaces (por eso vivimos en Honduras). Y queríamos nuestro polo de menta en La Ceiba, ostias. Así que cogimos un taxi que nos llevara por el módico precio de 120 dólares hasta nuestro destino. Y esta vez sí, todo parecía que (por fin) iba rodado. Sonaba reggae en el auto. Después de varios minutos nos percatamos de que sonaba la misma canción de reggae todo el rato, pero qué más da, si estábamos de vacaciones y nos faltaban apenas cuatro horas más de viaje en carretera…



Llegamos a La Ceiba, por fin, pero hay un pequeñito detalle que al más perspicaz no se le habrá pasado: nuestro hotel estaba en Pico Bonito, unos 30 minutos al interior de La Ceiba. Así que amablemente le dijimos al taxista que nos llevara hasta nuestro destino real y lo hizo encantado por 30 dólares más. Lo que no sabía el taxista es que de La Ceiba a Pico Bonito la carretera se transforma en camino, sin farolas ni ningún tipo de luz, ni señalización alguna. Teníamos únicamente las indicaciones de la página web del hotel. El taxista se empieza a poner nervioso, a pisar el acelerador y a gritar improperios y otras cosas que no reproduciré aquí para no asustar (más) a mi madre, que se ha vuelto una mujer adicta a Internet y ahora tengo que tener mucho cuidado con lo que publico (mamá, si estás leyendo esto, no hagas caso de nada, es todo producto de mi imaginación, y recuerda que te quiero). Mi cuerpo empezó a sudar hasta por zonas en las que no sabía que se podía sudar. Nos agarrábamos las manos fuertemente para darnos ánimos los unos a los otros. Y finalmente llegamos al hotel. Prueba superada.

El resto de las vacaciones han pasado sin acontecimientos relevantes: nos hemos bañado en el Caribe escuchando incesantemente reggaetón y bachata, hemos comido pescado y bebido cerveza, hemos hecho rafting y nos hemos lanzado al río Cangregal desde una roca de cinco metros, hemos bebido más cerveza y probado guífiti, que es una bebida típica de los garífunas, un pueblo afrodescendiente hondureño, hemos sido picados por ciempiés y zancudos y hemos regresado a Tegucigalpa en nuestro coche que, como Cristo, resucitó al tercer día. 


Texto: Ismael Cruceta @CajondeHistoria

viernes, 27 de marzo de 2015

En Tegus no se camina: mis primeros días en Centroamérica


Os saludo hoy, y a partir de ahora, desde Tegucigalpa, la ciudad que me acogerá durante los próximos 12 meses.

Algunas anécdotas de mis primeros días en el país:

- Hice dos escalas: en Nueva York y Miami. En Nueva York salí del aeropuerto para dormir en un hotel, muy cerca del JFK. El chico de recepción me preguntó adónde iba. Cuándo le dije que a Honduras me pregunto: "¿Es eso un país?". Como siempre, fascinante la riqueza cultural del pueblo estadounidense. 

- Llegué a casa tras un aterrizaje, digamos, "emocionante" (la ciudad es un valle entre colinas, lo que tiene su parte positiva: preciosas vistas y preciosas luces por las noches, que me recuerdan tanto al cielo nocturno de La Paz... ainss). Bajé a comer a un McDonalds (qué dios me perdone, pero os juro que es el restaurante más cercano de mi casa) y allí sonaba el nuevo tema Pablo Alborán. Cosas de la globalización.

- El fin de semana estuve casi todo el rato con Paola, mi compañera de piso, y sus amigos. El viernes estuvimos en un bar muy conocido de aquí en el que la bebida más famosa se llama 'Calambre', una mezcla explosiva de varios licores. No me atreví a probarlo, primero hay que regular la flora intestinal. Después acabé en un karaoke cantando Un beso y un flor (temazo). El sábado estuve en un concierto celebrado con motivo del Día del agua. Un concierto de ska. Muy divertido. Pero en ambos casos me dio el jet lag y a las 11 de la noche estaba en casa dumiendo como un tronco... 


- El domingo me llamó un compañero de la oficina para ver el fútbol: Madrid-Barcelona. Sabía que eso ocurriría. Los que me conocéis bien sabéis que el futbol no me interesa en absoluto. Lo que realmente me interesaba el domingo era comprobar como el pueblo andaluz (su gran mayoría al menos) es inmune a la corrupción. Aún así, fue muy interesante ver la pasión de los hondureños por el fútbol español: cada vez que alguno de los dos equipos marcó gol hubo una explosión de júbilo en el bar solo comparable a cuando suena en Chueca el Wannabe de las Spice Girls. 

- Ayer cuando salí del trabajar fui a comprar perchas y algunas otras cosas que me hacían falta para casa. Me acercó una compañera de trabajo en su coche. A la vuelta, llamé un taxi, porque se había hecho de noche (eran las 18:30 y anochece a las 18:00) y no es recomendable caminar por la calle. Especialmente de noche. Comprobé que el taxista que venía a recogerme sabía mi nombre (se lo había dicho previamente por teléfono), y debió pensar que soy un poco paranoico, pero más vale prevenir que curar. En el taxi sonó la copla Miedo, tengo miedo. Muy apropiada para la ocasión. Pero no temáis, tampoco es para tanto la cosa. 



Solo es cuestión de adecuarse a los ritmos, de mantener los ojos bien abiertos y de rezar a la virgen de la chikunguya para que todo vaya bien. Mi primera impresión sobre los hondureños es que son gente muy amable y hospitalaria: he perdido la cuenta del número de veces que me han dicho "bienvenido". 

Así que bien hallado.