Un pedacito de cielo (3***)
Protagonizado por la siempre efectiva Kate Hudson, estamos ante un melodrama romántico predecible de principio a fin: Marley, exitosa publicista e independiente, descubre que se está muriendo de cáncer de colón y, aunque no entraba en sus planes, se enamora de su médico: un Gael García Bernal explotando al máximo su atractivo y hablando en inglés pero con un acento latino del que es difícil no enamorarse. Confieso además que tengo debilidad por el cuerpo médico, así que su papel, aunque pequeño y previsible, es una pequeña delicia. La película cuenta con algunas partes cómicas: esa Whoppi Goldberg haciendo de dios o incluso la frivolidad con la que la protagonista se toma su enfermedad, una frivolidad bien manejada en el guión. En el reparto también encontramos a Kathy Bates haciendo de madre en un papel que, a pesar de la sensiblería, duele, por el hecho de ver cómo una madre ha de despedirse de su hija. Lo mejor es ver Un pedacito de cielo sin pretensiones, un domingo por la tarde, y dejarse arrastrar por las emociones prefabricadas pero totalmente eficaces que consigue en esta película la directora Nicole Kassell. A mí me ha convencido y me ha hecho llorar (mucho), tal y como estaba previsto, porque Un pedacito de cielo no te engaña: desde que lees el título ya sabes que es melodramática a más no poder. Pero precisamente porque no engaña le pongo las tres estrellas y os la recomiendo.
Un planeta solitario (2**)
Estamos ante una historia, quizás también de amor, pero diametralmente opuesta a la anterior. La película cuenta el viaje que realiza una pareja de enamorados a Georgia, a las montañas del Cáucaso, justo antes de su boda. Esto hace que en la primera parte haya una explosión de pasión, totalmente usual en una pareja joven que se ama y que está disfrutando de las vacaciones. Una efervescencia carnal contada en distancias cortas, entre primeros planos y planos detalles. Un planeta solitario es una película contemplativa que alterna estos planos cortos con otros súper abiertos en los que se pueden disfrutar de hermosos paisajes; una película lenta, sin apenas música, donde aparentemente no ocurre nada y donde las secuencias se eternizan. Gael García Bernal y Hani Furstenberg apenas tienen diálogos, sobre todo en la segunda mitad del metraje, tras haber sucedido un hecho inesperado y que marcará su viaje desde entonces, abriendo una serie de planteamientos y cuestiones que se realizan los personajes y que habrá de realizarse de igual manera el espectador. Dos interpretaciones de gestos, de miradas y también de distancias, porque en un viaje en el que hay que caminar durante kilómetros las distancias entre entre ellos (a veces cogidos de la mano, a veces a unos metros) también hablan. Recomendable para aquellos que gusten de hermosos paisajes y de reflexiones íntimas que no se sacan del pecho. Una película descarnada, pura inquietud. Pero a pesar de todo, una película aburrida.
Mamut (2**)
El amor esta vez adquiere diferentes formas: amor por la familia, amor por el trabajo. Mamut es la historia de un matrimonio bien avenido que vive en Nueva York. Ella (una maravillosa Michelle Williams, como siempre) es una cirujana competente. Él (García Bernal) es un ejecutivo exitoso del mundo de los videojuegos que viste con ropa casual. Ambos tienen una hija pequeña de la que se ocupa una niñera filipina que ha dejado atrás su país, sus hijos. Pero no por gusto, sino con el fin de darles una vida mejor, para que puedan acceder a las oportunidades que ella no pudo. Tres historias entrelazadas, tres vidas que parecen unidas pero que son realmente diferentes. Una familia perfecta cuyos pilares parecen desmontarse. Una familia aparentemente demasiado perfecta, pero en la que algunos vacíos se apoderan de sus miembros: ¿quiere mi hija más a la niñera que a mí? ¿lo que algo realmente merece la pena o lo que deseo de verdad es huir a la India o a algún país de África y sentir que hago algo útil por el mundo? Una película de buenas intenciones pero que falla en uno de los elementos principales: la veracidad. No consigue transmitir, o apenas lo hace, unas historias reales y los personajes carecen de profundidad. La mejor del reparto es Michelle Williams, con sus miradas y sus silencios, y esa desesperación que poco a poco la corroe. Gael García Bernal está correcto, como siempre y aunque eso no es poco, le falta algo para brillar con absoluta luz propia. Mamut es una película dramática pero que adolece de sensiblería, una película que se deja ver, que habla de las decisiones y los actos que conforman una vida, una mirada a la migración dolorosa (quizá sea esa su mejor baza) y a la melancolía de aquello que nunca se tuvo, incluso cuando se tiene todo.
Un planeta solitario (2**)
Estamos ante una historia, quizás también de amor, pero diametralmente opuesta a la anterior. La película cuenta el viaje que realiza una pareja de enamorados a Georgia, a las montañas del Cáucaso, justo antes de su boda. Esto hace que en la primera parte haya una explosión de pasión, totalmente usual en una pareja joven que se ama y que está disfrutando de las vacaciones. Una efervescencia carnal contada en distancias cortas, entre primeros planos y planos detalles. Un planeta solitario es una película contemplativa que alterna estos planos cortos con otros súper abiertos en los que se pueden disfrutar de hermosos paisajes; una película lenta, sin apenas música, donde aparentemente no ocurre nada y donde las secuencias se eternizan. Gael García Bernal y Hani Furstenberg apenas tienen diálogos, sobre todo en la segunda mitad del metraje, tras haber sucedido un hecho inesperado y que marcará su viaje desde entonces, abriendo una serie de planteamientos y cuestiones que se realizan los personajes y que habrá de realizarse de igual manera el espectador. Dos interpretaciones de gestos, de miradas y también de distancias, porque en un viaje en el que hay que caminar durante kilómetros las distancias entre entre ellos (a veces cogidos de la mano, a veces a unos metros) también hablan. Recomendable para aquellos que gusten de hermosos paisajes y de reflexiones íntimas que no se sacan del pecho. Una película descarnada, pura inquietud. Pero a pesar de todo, una película aburrida.
Mamut (2**)
El amor esta vez adquiere diferentes formas: amor por la familia, amor por el trabajo. Mamut es la historia de un matrimonio bien avenido que vive en Nueva York. Ella (una maravillosa Michelle Williams, como siempre) es una cirujana competente. Él (García Bernal) es un ejecutivo exitoso del mundo de los videojuegos que viste con ropa casual. Ambos tienen una hija pequeña de la que se ocupa una niñera filipina que ha dejado atrás su país, sus hijos. Pero no por gusto, sino con el fin de darles una vida mejor, para que puedan acceder a las oportunidades que ella no pudo. Tres historias entrelazadas, tres vidas que parecen unidas pero que son realmente diferentes. Una familia perfecta cuyos pilares parecen desmontarse. Una familia aparentemente demasiado perfecta, pero en la que algunos vacíos se apoderan de sus miembros: ¿quiere mi hija más a la niñera que a mí? ¿lo que algo realmente merece la pena o lo que deseo de verdad es huir a la India o a algún país de África y sentir que hago algo útil por el mundo? Una película de buenas intenciones pero que falla en uno de los elementos principales: la veracidad. No consigue transmitir, o apenas lo hace, unas historias reales y los personajes carecen de profundidad. La mejor del reparto es Michelle Williams, con sus miradas y sus silencios, y esa desesperación que poco a poco la corroe. Gael García Bernal está correcto, como siempre y aunque eso no es poco, le falta algo para brillar con absoluta luz propia. Mamut es una película dramática pero que adolece de sensiblería, una película que se deja ver, que habla de las decisiones y los actos que conforman una vida, una mirada a la migración dolorosa (quizá sea esa su mejor baza) y a la melancolía de aquello que nunca se tuvo, incluso cuando se tiene todo.
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