
Siempre adquieren especial relevancia los estrenos de Almodóvar, y unido a esto unas enormes expectativas creadas. Si además sumamos la participación de Penélope Cruz, la expectación está servida. Y cómo suele ocurrir en estos casos, la expectación provoca elogios y críticas.
Los abrazos rotos supone una vuelta al Almodóvar más dramático y menos amable, una historia compleja que seduce con las dos armas más potentes del director: un guión de genio y una narrativa cinematográfica que es arte en esencia. Porque todo en esta película es arte: el color, los planos detalle, los movimientos de cámara… todo.
Almodóvar ha alcanzado un nivel de madurez creativa que hace que ver sus películas se convierta en toda una experiencia sensitiva que supera lo visual para alcanzar el gusto y el tacto. El tacto del abrazo, del abrazo roto que rompe por la mitad la vida dejando ciego a Mateo Blanco, el protagonista, el mejor personaje masculino que jamás ha parido el manchego. Porque si con Volver agradecíamos la vuelta de Almodóvar al universo femenino, ahora no podemos más que elogiar la creación de este personaje, magníficamente interpretado por Lluis Homar, que consigue la introspección absoluta, la naturalidad y la credibilidad. 

Homar está secundado por Blanca Portillo, quién merece de una vez por todas el reconocimiento unánime de la crítica, por su solidez interpretativa y su versatilidad. Y la recién oscarizada Penélope Cruz, que no defrauda, demuestra la conexión que existe entre Almodóvar y ella, conexión que la engrandece siempre.
Una película de dualidades, en la que Mateo Blanco es además Harry Caine, y en la que Penélope Cruz interpreta a Lena –que es palacio y calle- y también a Tina. Y dualidades difíciles de conseguir: comedia y drama… y cine negro.
Los abrazos rotos engancha desde la primera escena, te mantiene atento y te seduce con la belleza visual. Con el pasisaje único de Lanzarote y la escena del último beso, unión eterna que recuerda a la obra de Gustav Klint, imágenes que avanzan a cámara lenta en un televisor, fundidas con el tacto del protagonista ciego, que no puede ver, pero sí sentir. 
Una película que habla sobre el lenguaje universal del cine, porque sin duda, es cine de lo que más sabe Almodóvar, de hacer cine con pasión, incluso a ciegas.