En una situación desesperada, un buen samaritano se ofrece a ayudarte. Lo que no sabes es que abrirle las puertas de tu casa puede hacer saltar por los aires el frágil equilibrio de tu vida.
Desde muy al comienzo, esta obra de teatro logra crear una atmósfera dramática en la sala: la protagonista fue torturada durante la dictadura y ahora la vida parece ponerle delante a la persona que estuvo a punto de quitársela. Una situación que, además, pone en peligro el proceso de paz, justo ahora que la clase política quiere pasar página, como si fuera así de fácil obviar el terror. Como si el fascismo se fuera por el desagüe de la ducha, se pudiera dejar guardado en un cajón.
No se mencionan países. No hace falta. La historia está tan bien contextualizada que se sabe perfectamente de qué país se está hablando. Además, las dictaduras se parecen demasiado, podría ser España, incluso hoy, cuando aún no han querido devolver la dignidad a todos aquellos que fallecieron, a sus familias. Y es que en Un buen samaritano el espectador se convierte en un fisgón de la intimidad de un matrimonio marcado por una dictadura pasada, pero aún muy viva.
Un buen samaritano es una obra pequeña pero muy grande: consigue contar mucho más de lo que dice el texto, consigue llegar a lugares profundos y, sobre todo, consigue que el espectador se plantee cuestiones relacionadas con el perdón, con los vínculos afectivos fortalecidos por la tragedia. ¿Sería capaz de perdonar a quién me marcó la vida para siempre? ¿a quién me rompió en dos? Pero la obra es también construcción y reconstrucción, es seguir adelante cuando las razones se difuminan.
Tres actores que sacan adelante un texto inteligente, especialmente la actriz Marta Gago, en una descarga de intensidad que logra encauzar: es una de esas interpretaciones que no pueden llorar sobre las tablas, pero esas lágrimas tienen que salir una vez finalizada la obra.
Un buen samaritano es una obra de las que duelen, de las que sales de la sala con un nudo el estómago pero con las terminaciones nerviosas henchidas de gratitud, porque hay historias que merecen ser contadas, perdones sobre los que merece la pena reflexionar. Absolutamente recomendable, por todo el corazón que hay en ella.
La obra va a estar tres fines de semana en Madrid, en la Sala La Tirana Malas Artes. No os quedéis sin verla. Podéis encontrar entradas AQUÍ.
Texto: Ismael Cruceta @CajondeHistoria
Imagen: La Tirana Malas Artes
Imagen: La Tirana Malas Artes
Me encanta lo que cuentas. ¡Qué lastima no poder ir a verla! Besos
ResponderEliminarSí es que dejas con ganas de ir. Qué pena que pille tan lejos.
ResponderEliminarBesotes!!!
No me cabe en la cabeza que alguien con una ligera idea de teatro pueda escribir un cúmulo de barbaridades como las que he leído. La puesta en escena no tiene por donde sujetarse. Un individúo que pugna por destacar durante toda la obra por encima de sus compañeros, pero claro que lo consigue, es pésimo interpretando. La dirección no existe, todo lineal. Es lamentable que queden impunes ante el destrozo de un texto tan bueno
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