En todo Madrid habitaba un nuevo despertar después de un invierno frío y cerrado, un Madrid con un cielo abierto, con unos jardines que brillaban desprendiendo tonos verdosos, rosáceos y azulados, unos jardines que llamaban a la vida, con un sol tibio que hacía que los deliciosos pinos, con sus copas redondas, ofrecieran una sonrisa amable, con unos almendros que se habían llenado de flores de manera inusualmente tardía. Me encantaba observar los almendros en flor, tan sofisticados y elegantes. Un Madrid con unas fuentes que rebosaban agua, fuente solemne que transmitían una refrescante sensación, que abrían el espacio y hacían de mi Madrid una ciudad bella y delicada.
Pensé en alejarme de todo, en marcharme de España, de mi Madrid lleno de luz, con su gente prendida del ritmo frenético de una ciudad heterogénea, con su cielo azul eléctrico y su algarabía perenne, pensé en abandonar todo, no seguir leyendo guiones que no valían nada, en desaparecer del mundo, destruir la ventisca que me invadía, que me elevaba al arte del ridículo, que me convertía en pueril. Pero no lo hice. Me sentía enraizado, arraigado a Madrid, tanto que yo ya no era de allí, sino que la ciudad era mía, mi ciudad. En Madrid nací, crecí, amé y odié, y seguía intentando olvidar el amor sentido y el odio resentido, y seguía haciendo de mi casa un lupanar tenue, una mancebía gris.
De Madrid sobre todo, ciudad que aceleraba mi corazón, ciudad desastre en todos los sentidos, droga furiosa que te engancha y te atrae para siempre, la mejor ciudad del mundo, la más bella y caótica, la más surrealista y heterogénea, la ciudad de la gente invisible, en la que puedes bajar a comprar el pan desnudo y no pasa nada, porque nadie te mira, no eres nadie, no existes y, sin embargo, todo el mundo sabe que estás ahí, desnudo quizá, sí, pero si un día dejas de estar te echarán en falta, y llorarán tu ausencia, y pedirán explicaciones al cielo de la ciudad, sin estrellas, pero el más bello. Gritarán tu falta sin piedad ni razón como han demostrado tantas veces, por desgracia, y demostrarán al mundo entero que es el único lugar en la que los ecos no se callan, la ciudad que no duerme, que no merece amanecer con el estruendo de los vagones deshechos en sus entrañas. Madrid -Madriz, como decimos los madrileños, los más chulos, los más abiertos, los que arrastramos las eses- me hacía falta y no podía alejarme para siempre de su aire y de su olor y de toda ella, encadenado a ella.
Me sentía más parte de Madrid que nunca, de lo que la ciudad había sido y lo que era ahora por lo que había sido, porque de cosas como esta es de lo que más se aprende, de los errores y del dolor. No sabía a ciencia cierta si era verdad o no, pero cada parte de mí me decía que Madrid me necesitaba.
¡Felicidades Gran Vía!
ResponderEliminarQué gran reseña te has sacado de la manga: una buena música, una buena lectura y un buen cuadro. ¿Qué más se puede pedir?
Me tengo que animar PERO YA a leer tu novela.
Las obras de Antonio López con de la Gran Vía son maravillosas! Y la canción de Sabina también me gusta bastante, de ese Sabina clásico que prefiero mil veces antes que el de los últimos años.
ResponderEliminarFelicidades a los madrileños que pisan esa Gran Vía sobre todo :D
saluditos
Una calle que jamás dejará de fascinarme! lo hizo cuando visité Madrid por primera vez y lo hace cada vez que paso por ella ahora que aquí resido.
ResponderEliminarFelicidades!!!
Lahierbaroja, muchas gracias y anímate mujer, anímate, jejeje ;)
ResponderEliminarLillu, coincido contigo, el año pasado en la universidad tenía una asignatura que era movimientos artísiticos contemporaneos, mi profesor es muy bueno y aprendí un montón, y realicé un trabajo sobre antonio lopez, madre mía que hombre más meticuloso!! jajaja. Es un gran artista.
David, me encanta que te encante Madrid ;)
Besos!!!
Lo mejor del video es en el segundo 0:11, donde podemos ver a las Girls Aloud, un grupo de pop inglés, vamos, que lo que es madrileñas no son xd
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